miércoles, 20 de febrero de 2013

Forget me


Promételo. Dime que te quedarás; que las cosas al final se desenvolverán como los finales felices y que estos silencios no te volverán a importar de suma manera. Prométemelo, dijo.
 Y yo no supe  que responder.
Teníamos en común lo que no podría entenderse y de distintos todo el resto del andar. No éramos parecidos salvo en algunas cosas simples, comunes, absurdas, irrelevantes. Pero aún así columnas para lo largo que duró el tiempo que decidimos probar. Nuestro nosotros se basó en mis tibias maneras de solo hablar y en sus  áfonas ganas de solo oír. Así que cuando él decidió hablar y dejó salir las enredaderas que guarecía en la voz,  todo  se nos derrumbó en un dos por tres. No por falta de amor, si no por el exceso de este. En ese universo de besos por  frases y obsequios por carencias, el amor  nos era un cadáver de manos ávidas por un hálito de felicidad a fuerza. Quizás sólo nos necesitábamos como una manera de reafirmar que aún en lo profundo de nuestras batallas personales había un espacio para sostener algo parecido a la felicidad distante. Tanto así, que cuando ocurrió ese instante fatídico entre la madrugada de una ocasión especial, yo no supe que más decir a sus intenciones para los después y los juntos por siempre jamás.  
Teníamos tantas diferencias avasallantes. Y simplemente las ignoramos al empezar.
Entre sus dilemas de dinero, querencias y asuntos personales yo me había sentido desde siempre una extraña hurgando en un lugar donde jamás debió llegar. No podían mis labios con ese huracán que guardaba en el corazón, lo sé, no podía ni hubiera podido jamás. Por más veces que hubiese explorado con mis besos el tierno sabor anestésico de su boca eso no había bastado para llegar a la sangre viva que manaba de su pecho. Quizás sólo  no quería verlo, sentirlo o tener que enfrentarlo hasta esa vez. Mi cuerpo no era lo suficientemente fuerte para sostener con dos almas atormentadas con las astillas de sueños quebrados  a la par.
Entonces, cuando habló de futuro, sencillamente, o quizás deliberadamente no quise responder. Había tantas cosas allí que no quería, que no veía, que no deseaba para mí en los ojos de aquel  que quise querer con toda la voluntad  que aún me restaba en las manos tras tantas calles baldías. Lo ame aun así, probablemente  ignorando que  todo  debía acabar tan pronto como comenzó. Lo ame de una manera  especial y quizás sombríamente calculada. Un cariño semiconsciente de que pasos debía dar y cuales sencillamente obviar. Por ello cuando  finalmente me sorprendió su plática acerca de jurarle mi amor incondicional por y para siempre jamás no  tuve el valor para responder que no podría prometerle nada acerca de mis sentimientos  en verdad.
Entonces la culpabilidad fue mi segunda lengua y  esta granulia pulmonar  tan merecida, mi mejor manera de hacerme cargo de las cosas que no sé llevar hasta el final. Porque quizás  en esta absurda búsqueda de algo palpable y realmente valedero, equivocarse es una manera de entender que nada es sencillo y a la vez que nada fríamente decidido va a llevar a tener  esa locura que sólo habita en las venas de un sentimiento que viene  sin presionarlo de más. Por ello no puedo prometerte algo que te haría más daño a ti. En ese amor de medias tintas y  silencios   a millar que teníamos, esta es mi manera de salvarte de mí. Y sé que incluso así jamás lo entenderás.